Todo el aula quedó en silencio, nos mantuvo absortos y pensativos durante buen tiempo... "¿Quieres ser Medico, hijo mío?", que pregunta, la trascendencia temporal (o atemporal) de los consejos que un médico griego escribiera hace milenios sigue siendo la misma, con pequeñas variaciones, que nos llama a reflexionar en la actualidad. Bien podría ser un apéndice de los test vocacionales de los aspirantes a la carrera. La medicina ha cambiado mucho, sin duda, pero la vida del médico, del hombre que hay detrás del médico, no se ha modificado demasiado en esencia. Aquí están los consejos de Asclepio (y/o Esculapio):
¿Quieres ser MEDICO, hijo mío?
Aspiración ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia.
¿Deseas que los hombres te tengan por un Dios, que alivies sus males y ahuyentes de ellos el espanto?
¿Has pensado bien en lo que ha de ser tu vida? Tendrás que renunciar a tu vida privada. Mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, terminada su tarea, aislarse lejos de los inoportunos tu puerta quedará siempre abierta a todos, a toda hora del día o de la noche vendrán a turbar tu descanso, tus placeres, tu meditación; y ya no tendrás horas que dedicar a la familia, a la amistad o al estudio; ya no te pertenecerás.
Los pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en caso de urgencia, pero los ricos te tratarán como esclavo, encargado de remediar sus excesos, sea porque tengan una indigestión, sea porque estén acatarrados, harán que te despierten a toda prisa, tan pronto como sientan la menor inquietud, pues estiman mucho a su persona. Habrás de mostrar interés por los detalles mas vulgares de su existencia; decidir si han de comer ternera o cordero, si han de andar de tal o cual modo cuando se pasean. No podrás ir al teatro, ausentarte de la ciudad, ni estar enfermo, tendrás que estar siempre listo para acudir tan pronto te llame tu amo.
Serás severo en la elección de tus amigos; buscaras la sociedad de los hombres de talento, de artistas, de almas delicadas. Sin embargo, en adelante, no podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los despreciables.
El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado; prolongarás vidas nefastas y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir crímenes de los que serás testigo.
Tienes fe en tu trabajo para conquistarte una reputación: ten presente que te juzgarán no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a la charla y a los gustos de tu clientela. Los habrá que desconfiarán de ti si no gastas mucho; otros si no vienes de Asia; otros si no crees en los dioses; otros si crees en ellos.
Te gusta la sencillez, habrás de adoptar la pose de un augur. Eres activo, sabes lo que vale el tiempo, no habrás de manifestar fastidio ni impaciencia; tendrás que soportar relatos que arranquen del principio de los tiempos para explicarte un cólico, ociosos te consultarán por el solo placer de charlar; serás el vertedero de sus disgustos, de sus nimias vanidades.
Sientes pasión por la verdad; no podrás decidirla; tendrás que ocultar a algunos la verdad de su mal, a otros su insignificancia, pues les molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en aparecer burlado, ignorante, cómplice.
Aunque la medicina es una ciencia obscura, a quién los esfuerzos de sus fieles van enriqueciendo de siglo en siglo, no te estará permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito, si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla, el vulgo irá a los charlatanes, que venden la mentira que necesitan.
No cuentes con agradecimientos; si es que el enfermo sana, la curación es debida a su robustez; si muere, tu eres el culpable que lo ha matado. Mientrás esta en peligro te trata como a un Dios, te suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está convalesciente, ya le estorbas y cuando se trata de pagar los cuidados que le has prodigado, se enfada y te denigra.
Cuando más egoístas son los hombres, más solicitud exigen de parte del médico.
Cuando más codiciosos son ellos, más desinteresado ha de ser él, y lo mismo que se burlan de los Dioses, le confieren el sacerdocio para interesarlo al culto de su sacra persona. La ciudad confía en el para que remedie los daños que ella causa. No cuentes con que ese oficio tan penoso te haga rico, te lo he dicho. Es un sacerdocio y no sería decente que produjera ganancias como las que tiene el aceitero, o el que vende lana a su gente.
Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana. Todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios; respirar el olor de míseras viviendas; los perfumes harto subido de las cortesanas; palpar tumores; curar llagas verdes de pus; fijar tu mirada y tu olfato en la inmundicia; meter el dedo en muchos sitios. Cuantas veces en un día hermoso lleno de sol y perfumado, o bien al salir del teatro, de ver una pieza de Sófocles, te llamarán por un hombre que molestado por dolores de vientre, pondrá delante de tus ojos un vasín nauseabundo, diciéndote satisfecho: "gracias a que he tenido la precaución de no tirarlo". Recuerda entonces, que habrá de parecer que te interesa aquella deyección.
Hasta la belleza misma de la mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá para ti. La verás por la mañana desgreñada, desencajada, desprovista de sus bellos colores y olvidando en los muebles parte de sus atractivos; cesarán de ser diosas para convertirse en pobres seres afligidos de miserias y sin gracia. Sentirás por ellas más compasión que deseo. Cuantas veces, te asustarás al ver un cocodrilo adormecido en el fondo de la fuente de los placeres.
Tu vida transcurrirá como a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas, entre los duelos y la hipocresía que calcula a la cabecera de los agonizantes; la raza humana es un Prometeo desgarrado por los buitres.
Te verás solo con tus tristezas; solo con los estudios; solo en medio del egoismo humano. Ni siquiera encontrarás apoyo entre los Médicos, que se hacen sorda guerra por interés o por orgullo. Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en tus fatigas.
Piensa mientras estás a tiempo, pero, si indiferente a la fortuna, a los placeres de la juventud y si sabiendo que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones; si te juzgas bien con la dicha de una madre, con una cara que sonríe porque ya no padece o con la paz de un moribundo a quién ocultas la llegada de la muerte. Y si ansías conocer al hombre, penetrar en todo lo trágico de su destino: Hazte Médico, hijo mío!
¿Deseas que los hombres te tengan por un Dios, que alivies sus males y ahuyentes de ellos el espanto?
¿Has pensado bien en lo que ha de ser tu vida? Tendrás que renunciar a tu vida privada. Mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, terminada su tarea, aislarse lejos de los inoportunos tu puerta quedará siempre abierta a todos, a toda hora del día o de la noche vendrán a turbar tu descanso, tus placeres, tu meditación; y ya no tendrás horas que dedicar a la familia, a la amistad o al estudio; ya no te pertenecerás.
Los pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en caso de urgencia, pero los ricos te tratarán como esclavo, encargado de remediar sus excesos, sea porque tengan una indigestión, sea porque estén acatarrados, harán que te despierten a toda prisa, tan pronto como sientan la menor inquietud, pues estiman mucho a su persona. Habrás de mostrar interés por los detalles mas vulgares de su existencia; decidir si han de comer ternera o cordero, si han de andar de tal o cual modo cuando se pasean. No podrás ir al teatro, ausentarte de la ciudad, ni estar enfermo, tendrás que estar siempre listo para acudir tan pronto te llame tu amo.
Serás severo en la elección de tus amigos; buscaras la sociedad de los hombres de talento, de artistas, de almas delicadas. Sin embargo, en adelante, no podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los despreciables.
El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado; prolongarás vidas nefastas y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir crímenes de los que serás testigo.
Tienes fe en tu trabajo para conquistarte una reputación: ten presente que te juzgarán no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a la charla y a los gustos de tu clientela. Los habrá que desconfiarán de ti si no gastas mucho; otros si no vienes de Asia; otros si no crees en los dioses; otros si crees en ellos.
Te gusta la sencillez, habrás de adoptar la pose de un augur. Eres activo, sabes lo que vale el tiempo, no habrás de manifestar fastidio ni impaciencia; tendrás que soportar relatos que arranquen del principio de los tiempos para explicarte un cólico, ociosos te consultarán por el solo placer de charlar; serás el vertedero de sus disgustos, de sus nimias vanidades.
Sientes pasión por la verdad; no podrás decidirla; tendrás que ocultar a algunos la verdad de su mal, a otros su insignificancia, pues les molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en aparecer burlado, ignorante, cómplice.
Aunque la medicina es una ciencia obscura, a quién los esfuerzos de sus fieles van enriqueciendo de siglo en siglo, no te estará permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito, si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla, el vulgo irá a los charlatanes, que venden la mentira que necesitan.
No cuentes con agradecimientos; si es que el enfermo sana, la curación es debida a su robustez; si muere, tu eres el culpable que lo ha matado. Mientrás esta en peligro te trata como a un Dios, te suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está convalesciente, ya le estorbas y cuando se trata de pagar los cuidados que le has prodigado, se enfada y te denigra.
Cuando más egoístas son los hombres, más solicitud exigen de parte del médico.
Cuando más codiciosos son ellos, más desinteresado ha de ser él, y lo mismo que se burlan de los Dioses, le confieren el sacerdocio para interesarlo al culto de su sacra persona. La ciudad confía en el para que remedie los daños que ella causa. No cuentes con que ese oficio tan penoso te haga rico, te lo he dicho. Es un sacerdocio y no sería decente que produjera ganancias como las que tiene el aceitero, o el que vende lana a su gente.
Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana. Todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios; respirar el olor de míseras viviendas; los perfumes harto subido de las cortesanas; palpar tumores; curar llagas verdes de pus; fijar tu mirada y tu olfato en la inmundicia; meter el dedo en muchos sitios. Cuantas veces en un día hermoso lleno de sol y perfumado, o bien al salir del teatro, de ver una pieza de Sófocles, te llamarán por un hombre que molestado por dolores de vientre, pondrá delante de tus ojos un vasín nauseabundo, diciéndote satisfecho: "gracias a que he tenido la precaución de no tirarlo". Recuerda entonces, que habrá de parecer que te interesa aquella deyección.
Hasta la belleza misma de la mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá para ti. La verás por la mañana desgreñada, desencajada, desprovista de sus bellos colores y olvidando en los muebles parte de sus atractivos; cesarán de ser diosas para convertirse en pobres seres afligidos de miserias y sin gracia. Sentirás por ellas más compasión que deseo. Cuantas veces, te asustarás al ver un cocodrilo adormecido en el fondo de la fuente de los placeres.
Tu vida transcurrirá como a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas, entre los duelos y la hipocresía que calcula a la cabecera de los agonizantes; la raza humana es un Prometeo desgarrado por los buitres.
Te verás solo con tus tristezas; solo con los estudios; solo en medio del egoismo humano. Ni siquiera encontrarás apoyo entre los Médicos, que se hacen sorda guerra por interés o por orgullo. Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en tus fatigas.
Piensa mientras estás a tiempo, pero, si indiferente a la fortuna, a los placeres de la juventud y si sabiendo que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones; si te juzgas bien con la dicha de una madre, con una cara que sonríe porque ya no padece o con la paz de un moribundo a quién ocultas la llegada de la muerte. Y si ansías conocer al hombre, penetrar en todo lo trágico de su destino: Hazte Médico, hijo mío!